El crimen que se ha cometido en Santiago de Compostela en el pasado mes de septiembre sigue conmoviendo a la sociedad compostelana. Se preguntan por el móvil del asesinato las informaciones publicadas y dicen que no se comprende, por lo que achacan a un misterio las razones que lo llevaron a cometer.
Si se confirma que fueron los propios padres de Asunta Basterra, y en concreto la madre como autora intelectual y material, el misterio y el sensacionalismo informativo aumenta, pues no se puede comprender que una madre mate a sus propios hijos.
Hay tertulianos que enseguida se enganchan a las estadísticas, a saber si son fiables, y afirman que los menores fallecidos este año, a los que han dado muerte sus progenitores, la culpabilidad está repartida entre padres y madres al cincuenta por ciento. Con ello quieren justificar que el padre no es tan malo como lo pintan y que hay que tener cuidado con las madres, porque si una madre mata a sus propios hijos, eso causa una sensación de desasosiego tal que merece la pena pararse a analizarlo con más detenimiento.
Hagámoslo. En primer lugar, y ateniéndonos a las informaciones publicadas, la madre ha tenido una decepción amorosa en los meses previos al crimen. Indican las noticias que el hombre del que se enamoró está casado y con hijos y que dio marcha atrás en el proyecto de pareja que estarían construyendo.
Sin ánimo de entorpecer el trabajo que deban hacer los tribunales de justicia, que tendrán que imponer la respectiva pena a los culpables, para aclarar la muerte de Asunta, es preciso también explicar cómo afectan a las mujeres y a los hombres la construcción cultural del género.
Para la madre de la niña muerta las prioridades habrían cambiado tanto que la sociedad no comprende sus actos, de ahí el misterio, si no se cuenta lo que pudo pasar por la mente de una mujer "construida" para algo que a ella ya no le interesaba. Quizá se vio sorprendida por alabanzas inesperadas que iban dirigidas a sus cualidades por ser experta en leyes y capaz de hablar otros idiomas, características de las que el apuesto caballero carecía. Para llegar a apropiarse de esas habilidades que ofrecía, el camino más corto es hablarle a la mujer, no a la persona capacitada, y así cayó en el engaño. Qué mujer no cae a la tentación de sentirse única. Y esto se consigue mediante el aprecio, el respeto y la admiración que sin duda le han dispensado. Ya lo había conseguido todo en el terreno económico y profesional, le faltaba sentirse querida como a ella le hubiera gustado. La posición económica y social no le llenaban. Sus padres representaban el pasado y lo que no había podido tener, ser distinguida o elegida entre otras mujeres, era lo prioritario últimamente.
El amor romántico la ha cegado y entró en crisis. Quiso quitarse una capa que llevaba a disgusto y crearse otra nueva a su medida, y en eso estaba cuando sucedió el terrible crimen. La han pillado y se ha descubierto todo. Ha quedado desnuda de la peor manera, pues la sociedad le va exigir que debería ser feliz y conformarse con lo que ya tenía. Esa sociedad que la juzga a través de los medios de comunicación y en las tertulias privadas no va a comprender jamás su pretendida deconstrucción. Para ser mujer y cumplir con el mandato previsto, debía tener el amor romántico como meta, pero nunca tocarlo o intentar descubrirlo. Porque el amor romántico debe ser un misterio como un dogma de fe y los dogmas deben marcar el camino a seguir, pero no se pueden cumplir, porque entonces se rompe el secreto. La madre de la niña muerta desafió el dogma del amor romántico y quedó atrapada en él.
Hay quienes verán un paralelismo en este caso con el que en algunas tertulias masculinas bautizaron como "síndrome del bovarismo", esto es, mujeres infelizmente casadas que buscan más allá del matrimonio su propia realización personal. Son interpretaciones sobre el género hechas desde el patriarcado, que recurre a ejemplos aleccionadores para perpetuarse como ideología dominante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puede dejar su comentario.