Ocurrió
el primero de octubre de 2016. Fueron doce horas de martirio en la familia
socialista. Una lucha fratricida que finalizó con el sacrificio del hijo en
nombre del padre. Se levantaron las manos, unas para decir no al acuchillamiento,
otras para empuñar ellas mismas el arma fratricida.
No
se hablaba de otra cosa en los restaurantes, en las tiendas, bares y
cafeterías. También en las casas y en todos los lugares públicos, el comentario
general era, ¿cómo va la cosa en el PSOE? Desde el rapto y asesinato de Miguel
Ángel Blanco no vivíamos tan pendientes de la radio, la televisión y de los
móviles. Minuto a minuto anunciaban las ediciones digitales de los diarios que
tenían novedades. El tema paralizó la vida del país. Todo el mundo estaba
pendiente de si el secretario general salía vivo o muerto del encuentro.
La
resolución llegó sobre las nueve de la noche, las manos agresoras eran más que
las que pedían que parara el golpe de estado, orquestado desde el mismo día que
se aplaudió la noticia de que había secretario general y que iban a ir todos a
una. Dicen que dijo la madre: “Este chico no vale, pero nos vale”.
El
crimen se cometió sin que en la casa se hubiera constituido una fórmula
reglamentada para tomar tal traumática decisión, pero en el revuelo montado se
cometió el acto, y surtió efecto. El mismo sacrificado indicó por donde podían
clavar la espada para que le infligiera el mínimo dolor. Así se hizo.
Los
que tenían la mayoría y los que estaban en desventaja querían votar lo que más
les convenía y no había forma de asestarle el golpe de muerte al que fuera
candidato a todo o nada. Sobre el lugar del crimen voló durante buena parte de
la mañana y la tarde la fórmula que nadie parecía capaz de hacer llegar a los
reunidos y al órgano no constituido. El mensaje era: “Que se someta a votación
la propuesta del secretario general”. Cuando así pudo ser, llegó el punto
final. El secretario general fue sacrificado, y el mismo dijo que iba a morir. Los
reunidos respiraron aliviados, pero lloraron y llorarán el apuñalamiento. Un
crimen en familia donde, como se ha visto, todavía manda el padre sobre el hijo
adulto, no hay futuro. Ahora todo el mundo sabe que el chico no les vale, pero
vale.
©
Áurea Sánchez
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