Nos
pones a prueba cada mañana, bicho. Nos despertamos angustiados pensando si
tendremos síntomas o si nos hemos librado una noche más de la amenaza de tus
tentáculos. Tocamos nuestra cabeza, nuestros brazos, y todo nuestro cuerpo por
si algo nuevo acaece o para confirmar que todo permanece en su sitio. Nada nos duele. Respiramos
profundo y nuestros pulmones responden, entonces tragamos saliva para
tranquilizarnos. Un día más nos libramos, pero nos quedan por delante semanas
para hacer frente al enemigo invisible. Pensamos, y damos gracias por ello.
Quizá andes cerca, quizá incluso muy cerca, peno aún no has dado muestras de
ello de que estás a la acecho. Ya, porque sabemos que procuras esconderte,
antes y después de la lucha que entablas en cada cuerpo, te escondes y no
sabemos encontrarte. Eres escurridizo.
Solía
ser por la mañana al levantarnos cuando nuestras madres descubrían si teníamos
fiebre, si durante esas largas horas de descanso algo nuevo aparecía en nuestro
despertar. También al atardecer podía darse a conocer la fiebre que nos
indicaba una inflamación de garganta, pero nada grave. Sin embargo esta vez el
aviso de la temperatura alta puede que nos indique algo nada bueno. Si nuestro
cuerpo gana la batalla, bien, aplaudiremos porque hemos triunfado, pero puede
que la perdamos y no queremos llegar a esa situación. Sabemos que los
hospitales están llenos y no queremos ocupar esas camas tan disputadas. No
queremos agarrar al enfermero o enfermera de la mano y pedirles que nos
despierten, que no nos dejen morir con la máscara puesta.
No
olvidamos la expresión de terror del joven médico de Wuhan con la mascarilla de
oxígeno puesta, según la foto que se publicó en la prensa. Suponemos que ya
sabía que iba a morir, porque le habría tocado previamente despedir a muchos
pacientes en las mismas circunstancias. No queremos recordar su expresión porque nos produce
terror.
Hablar
de la muerte es una forma de defenderse de ella, de rechazarla y esforzarse por
vivir. Sobre todo cuando hablamos de una muerte digna y coherente con el ser
humano. Cuando la vemos como posible y tan cerca, tan generalizada, no hay más
remedio que plantarle cara. Hacerle frente de una forma rebelde nos robustece.
No tenemos, sin embargo, ejemplos a seguir más que lo que vimos en el cine en
tiempos de guerra, para poder comparar esta situación con alguna del pasado. Nada
es igual, estamos ante un ser que solo lo conocen algunos científicos en el
laboratorio. El enemigo es un bicho
feroz y atrevido. Muy contagioso.
Estamos
en guerra contra un ser desconocido para la mayoría de la gente y muy poco
estudiado todavía. De ti tenemos esa foto en la que pareces pulular en el aire
con determinación y acierto. Te dan a conocer como mortífero y no lo dudamos.
Por eso estamos aterrorizados. Nos causas pavor y desconcierto. Tanto, que por
ti nos pusieron en alarma sanitaria. No vemos a nuestros familiares, no vemos a
nuestros amigos, no podemos salir de casa. No iremos a esa obra de teatro para la que ya
teníamos entrada, no veremos ese concierto de nuestro cantante favorito.
Celebraremos, por ti, virus, el Día del Padre online, en muchos casos, para no
contagiarnos, para no contagiar a nadie.
De
esta experiencia negativa que nos ha tocado vivir, seguro que saldrán
magníficos ejemplos humanitarios. Los que sobrevivan podrán contar cómo
ayudaron a los enfermos a salvar sus vidas. Médicos, sanitarios y voluntarios
ya están recibiendo homenajes en agradecimiento por su esfuerzo y dedicación. Estos
gestos de la ciudadanía nos reconfortan a todos.
También en Liverdades
También en Diario Siglo XXI
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