No le falta a este artículo de hoy pasión. No esperéis
objetividad, imparcialidad y neutralidad, porque no lo escribo trabajando esas
cualidades, al contrario, las cuestiones personales pueden más que todos esos
atributos mencionados.
Desde finales de los años sesenta del pasado siglo, me
unen a Canadá lazos familiares de gran importancia. Lo que allí ocurre no me es
ajeno desde entonces.
Admiro especialmente su capacidad como gran país que es, de
guardar silencio y no perturbarse ante nada, especialmente no contaminarse de
los defectos que solemos atribuir a sus vecinos del sur. Es una de las grandes potencias y consigue que
no se hable de ellos más que en contadas ocasiones como esta.
Admiré y admiro todavía el liderazgo de Pierre Elliott
Trudeau, pues supo mantener firme la unión del Estado federal y no cedió ante los separatistas de Québec, al mismo
tiempo que abrió el país a los emigrantes sin que ello suponga una amenaza a la
política interna de equilibrios entre culturas. Especialmente logrado es el bilingüismo
armónico que allí reina entre el inglés y el francés.
Pero lo que hoy me conmueve es que Justin Trudeau, el
hijo mayor de Pierre, se convierta en el 23º primer ministro de Canadá con un
Gobierno paritario y después de desarrollar una campaña electoral en la que
hizo gala de su feminismo y de su orgullo de apostar por esta política de
igualdad entre mujeres y hombres. Sobre el aborto no quiere ser un hombre
hablando de cosas de mujeres y dice que es un asunto que ellas deben decidir,
porque les afecta personalmente. Trudeau hace a las mujeres mayores de edad,
por fin.
En una cadena de televisión escuché que a su partido le
denominaban “laborista”. Entiendo el error. Seguro que antes de la denominación
leyeron sus proclamas, que coinciden más con la socialdemocracia que con un
partido liberal al uso. Véase el ejemplo de la política internacional: retirada
de las tropas en la coalición alidada que lucha en Siria y ayudar a los países
en guerra con otras estrategias de autodefensa. Al tiempo que se compromete a
acoger en Canadá a 25.000 refugiados que intentan reubicarse en la vieja
Europa.
Pues bien, tenemos a un nuevo hombre nuevo dirigiendo las políticas del país americano. Un "nuevo hombre nuevo" como los define Miguel Lorente Acosta. El ejemplo cobra fuerza y se hace realidad.
Pues bien, tenemos a un nuevo hombre nuevo dirigiendo las políticas del país americano. Un "nuevo hombre nuevo" como los define Miguel Lorente Acosta. El ejemplo cobra fuerza y se hace realidad.
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