El centenario de este hecho, que es un sinsentido de la justicia, no puede llevarnos a engaño. En aquel entonces fueron detenidos, torturados, juzgados y condenados dos hombres inocentes sin encontrar el cuerpo del delito. El pastor de ovejas, que se daba por muerto y enterrado, se había marchado del pueblo amargado por el acoso moral de todos, pero especialmente por el que le infligían los dos acusados.
José María Grimaldos López, apodado el Cepa, estaba vivo, y el juicio erróneo representó una excepción que se convirtió en regla. Por regla general no se juzga si no hay cuerpo del delito. Y si se añade a la ausencia del cadáver la falta de testigos o pruebas de participación en el acto violento, se justifica que no haya juicio. Ya veremos cómo se resuelve el caso de Marta del Castillo. La sarta de mentiras y contradicciones de los inculpados lleva trazas de conducirnos a un callejón sin salida.
Hay personas desaparecidas, pero como no tenemos su cuerpo no podemos juzgar a nadie. El memorable programa de televisión "Quien sabe donde" dio buen testimonio de que los desaparecidos son muchos y por diversas causas.
Sin caer en el error de Cuenca la justicia tendría que afinar su olfato en busca de asesinos que conocen muy bien la ley y la trampa.
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